“Dicen que un maestro y su discípulo paseaban por el campo.
Se acercaron a una posesión que vieron descuidada, con las flores desaparecidas hacía tiempo, la casa sin lustrar y con los campos yermos.
Le preguntaron a los habitantes de aquel lugar de qué vivían.
A lo que contestaron que de una vaca que les daba leche todos los días, y que la poca leche que les sobraba la canjeaban por algunos cereales y frutas, y que así iban humildemente sobreviviendo.
Al alejarse de aquel lugar, el maestro se dirigió a su discípulo y solemnemente le dijo que cogiese esa noche a la vaca y la despeñase por el barranco.
El estudiante, sorprendido, hizo en contra de su voluntad lo que el sabio le solicitó.
Pasaron unos años y el discípulo, ahora mucho más depurado, pasando por aquel mismo lugar quiso entrar a ver cómo estaba la familia, si es que no la había matado con aquel mandato, pues nunca fue una decisión que él ejecutase convencido.
A medida que entraba en aquel predio, vio de lejos los colores de las cuidadas flores, contempló los campos abundantes y la casa aseada.
Preguntó a los habitantes qué se había hecho de una familia que vivió allí hacía unos pocos años y a los que la fortuna no les sonreía, a lo que contestaron que ellos siempre habían vivido allí. Y que un día tuvieron la suerte de que se les murió la vaca y tuvieron que sacar a la luz fuerzas y talentos que ignoraban tuviesen, y que gracias a eso ahora vivían abundantemente”.
¿De qué vacas debemos deshacernos para crecer?
Cuento de Enrique Mariscal