Los antidepresivos, las benzodiacepinas, los inhibidores de la monoaminooxidasa, la imipramina, las sales de litio…
Es decir, la industria del asesoramiento psicológico y la de las sustancias psicoactivas, ambas formando una tupida red en la que se atrapa a todos aquellos que no resistan los ataques de una sociedad enferma, esencialmente ansiógena y depresora, que primero destruye al hombre y luego lo estigmatiza para acabar convirtiéndolo en un consumidor convulsivo de psicofármacos y servicios psiquiátricos y psicoterapéuticos.
¿Y si en vez de tomar ansiolíticos y antidepresivos
nos tomamos la vida con “filosofía”?
¿Y si en vez de entregarnos al clan de los “psi” nos consagramos al arte del “buen vivir”?
¿Y si en vez de culpar a la genética, las circunstancias o las enfermedades, nos responsabilizamos de nuestra vida?
¿Y si en vez de buscar un diagnóstico buscamos un diálogo?