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Validación o Invalidación Emocional

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Validación o Invalidación Emocional

Si no lo eliges tu, alguien lo hará por ti

Vivimos en un mundo donde constantemente nos bombardean con ideas sobre cómo debería ser nuestra vida: qué deberíamos pensar, qué deberíamos querer, cómo deberíamos gastar nuestro tiempo.

Si no somos conscientes de ello, terminamos adoptando valores, creencias y rutinas que ni siquiera hemos elegido nosotros.

Piensa en esto:

Si no decides qué valores son importantes para ti, acabarás adoptando los de la sociedad, la familia o las redes sociales sin cuestionarlos.

Si no defines en qué crees, te verás arrastrado por la opinión de los demás.

Si no eres intencional con tu tiempo, alguien más decidirá en qué lo gastas.

Es fácil dejarse llevar por la corriente, pero también es peligroso. Porque un día podrías despertarte y darte cuenta de que has vivido una vida diseñada por otros, en lugar de una que realmente resuene contigo.

Te propongo que reflexiones sobre qué elecciones estás tomando activamente y cuáles simplemente has heredado sin cuestionarlas.

No se trata de rechazar todo lo que viene de fuera, sino de elegir de manera consciente lo que realmente quieres mantener en tu vida.

Preguntas de reflexión, te invito a reflexionar:

¿Cuáles son los valores que realmente guían tus decisiones?                     ¿Los has elegido o simplemente los has asumido?

¿Qué creencias sobre la vida, el éxito o la felicidad has adoptado sin cuestionarlas?

¿Tu agenda diaria refleja lo que es importante para ti o está dictada por compromisos ajenos?

¿En qué aspectos de tu vida podrías poner más intención?

¿Cómo podrías empezar a tomar decisiones (y acciones) más alineadas con lo que realmente quieres?

Jim Rohn Empresario, escritor y orador motivacional, fue un exitoso empresario que apoyaba las carreras de otros emprendedores o personas de negocios para construir sus caminos en el mundo financiero y personal.

Además ofrecía charlas motivacionales que inspiraban a nuevas mentes a arriesgarse y ser innovadores.

Y una de sus frases era esta…

“Si no diseñas tu propio plan de vida, lo más probable es que caigas en el plan de otro. Y adivina qué han planeado para ti… No mucho.”

Las consecuencias de la invalidación emocional

La invalidación es uno de esos daños silenciosos que nos podemos causar unos a otros.

Silenciosos porque lo hacemos con frecuencia de manera inconsciente o porque nos lo hacen sin que nos demos cuenta…

¿Cómo te sientes compartiendo con tu entorno las emociones que tienen más peso en tu estado emocional?

¿Prevés que vas a sentirte comprendido o incomprendido?

En el segundo caso, es probable que estés siendo víctima de la invalidación emocional.

Un fenómeno en el que todos hemos caído alguna vez y que tiene consecuencias muy dañinas.

¿Qué es la invalidación emocional?

La invalidación emocional ocurre cuando alguien minimiza o desprecia las emociones propias o de otra persona; para el invalidador, estas emociones son incompresibles, infundadas o merecedoras de muy poca consideración, ya que derivan de un problema de consecuencias mínimas, improbables o de fácil resolución.

Una valoración que imposibilita la empatía y hace muy difícil que pueda aportar algún tipo de ayuda emocional efectiva.

Es muy común que suceda cuando expresamos emociones negativas.

Muchas personas tienen dificultad para lidiar con el malestar de los otros, les incomoda, les abruma y no saben qué hacer con él, por lo que optan por invalidarlo.

Sin embargo, también puede ocurrir ante emociones positivas; lo vemos claramente en los adultos que reprenden a los niños por mostrar abiertamente su entusiasmo.

Algunas de las frases que mejor ilustran esa invalidación emocional son las siguientes:

“¿Estás preocupado por eso?”, “eso no es para tanto” o “por eso no se llora”.

“Tienes que ser fuerte”.

“Ya está, no ha pasado nada”.

“Yo viví cosas peores”.

“No le des vueltas, sé más positivo”.

“Eres un dramático y un exagerado” o “solo buscas llamar la atención”.

“No estés triste, sal a divertirte”.

Casi todos hemos pronunciado estas frases en algún momento sin intención de herir al otro, simplemente porque no sabemos qué más decir.

Por ejemplo, cuando un niño se cae y le decimos “ya está, no ha pasado nada”, buscamos evitar que llore, cuando lo cierto es que sí ha pasado algo: se ha caído y probablemente se habrá hecho daño o estará asustado.

Aunque nuestra intención sea buena, al tratar de este modo la situación no estamos tomando el mejor camino.

La invalidación emocional continua lleva a dudar de uno mismo.

Las consecuencias de la invalidación emocional

La afectación más grande tiene lugar cuando sufrimos invalidación emocional en la infancia, de parte de los progenitores y cuidadores principales.

No obstante, relaciones posteriores (amistades, compañeros, parejas…) también pueden dañarnos profundamente cuando nos invalidan.

Para la víctima, las principales consecuencias de la invalidación serían:

No aprender a regular sus emociones

Dudar constantemente de uno mismo

Las emociones son una brújula natural; nos indican cómo movernos en función de lo que sentimos.

Por ejemplo, nos permiten identificar qué nos gusta y qué nos asusta, qué nos hace daño o qué nos motiva.

Sin embargo, cuando nos invalidan, nos llevan a desconectarnos de esas emociones y de su mensaje.

Nos hacen creer que lo que sentimos siempre es erróneo o inadecuado.

Por tanto, no podemos tomarlo como guía. Así, terminamos por no saber quiénes somos ni qué queremos, pues dudamos constantemente de nosotros mismos.

Otra consecuencia de la invalidación es                                  Experimentar vergüenza al conectar con otros

Todos los seres humanos necesitamos atención y conexión emocional con otras personas.

Pero cuando nos invalidan, nos hacen sentir ridiculizados por tener esa necesidad de compartir.

Sentimos que tener emociones y expresarlas, y desear que el otro nos entienda y nos acompañe en el sentir, es algo de lo que avergonzarse.

Así, es probable que tendamos a retraernos y a ocultar nuestros estados internos; algo que dificultará mucho crear relaciones saludables y profundas.

Tener problemas para desarrollar empatía

Si hemos recibido este trato desde la infancia, es posible que tengamos dificultades para desarrollar la empatía, ya que no la hemos recibido.

Es común que estas personas que han sido invalidadas terminen haciéndole lo mismo a los demás, pues es la respuesta que han aprendido.

Privación de aprendizajes importantes

Todas las emociones cumplen una función y nos entregan un aprendizaje.

Por ejemplo, la ira nos insta a defendernos, la tristeza a cuidarnos y el miedo a ser precavidos.

Estas señales son fundamentales para desenvolvernos en el día a día; pero, si nos hemos desconectado de nuestro sentir, no sabremos reaccionar adecuadamente en diferentes contextos y estaremos más expuestos a cometer errores con nosotros mismos y con los demás.

Por lo mismo, es probable que nos cueste mucho tomar decisiones y tendamos a pensar en exceso. Ya que no nos permitimos hacer caso a lo que dicen nuestras sensaciones.

Las relaciones se vuelven conflictivas

Por último, las consecuencias no solo afectan a la persona que es invalidada, sino también a quien ejerce esta acción.

Y es que a nadie le gusta sentirse solo, incomprendido o ridiculizado por otros.

Así, es común que los demás terminen alejándose o generando un fuerte resentimiento hacia quien no es capaz de empatizar, conectar y acoger sus emociones cuando las expresan.

La incomprensión y el resentimiento en las relaciones de pareja derivan en muchas ocasiones de experiencias de invalidación emocional.

Aléjate de la invalidación emocional para mejorar tu bienestar y tus relaciones

Cuando hemos crecido en un ambiente familiar saludable, con una crianza respetuosa, nos es muy sencillo detectar cuándo nos están invalidando y poner límites.

Sin embargo, cuando esa es la normalidad con la que crecimos, puede que nos cueste detectar cómo nos está afectando.

Quien crece con progenitores que invalidan constantemente lo que siente no aprende como acoger, sentir, expresar y regular esos estados emocionales.

Por ello, es más fácil que se sienta sobrepasado y tenga reacciones inadecuadas.

Se ha encontrado, además, que la invalidación emocional percibida en la infancia se relaciona con el trastorno límite de la personalidad.

Así, reflexiona sobre tus vínculos y trata de identificar si estás recibiendo (y ofreciendo) empatía, respeto y validación.

De no ser así, es momento de implementar algunos cambios en este sentido.

Al hacerlo no solo mejorará tu estado de ánimo y tu confianza, sino que tus relaciones también se volverán más nutritivas y satisfactorias.

Validar una emoción, tanto en primera como en tercera persona, consiste en darle espacio, permitirle ser, reconocer que su presencia tiene sentido en el marco de las circunstancias actuales y que cumple una función valiosa.

Desde esta perspectiva que deberíamos relacionarnos con todo lo que sentimos.

Y ese mismo respeto y aceptación habríamos de recibir por parte de aquellos con quienes compartimos nuestro sentir.

Sin embargo, es muy frecuente que esto no ocurra y los demás nos insten a reprimir, ocultar o cambiar nuestras emociones.

Nadie nace sabiendo gestionar sus propios estados de ánimo; es una habilidad que adquirimos a medida que maduramos y, sobre todo, gracias al ejemplo y la guía de los adultos.

En terapia es necesario acercarse al paciente validándolo emocionalmente, sabiendo que cuando una persona busca ayuda profesional en salud mental es porque está teniendo alguna clase de malestar emocional y ese malestar tiene motivos suficientes sentirse mal, como primer paso la validación del paciente luego hay que guiar a la autovalidación, por medio de la psicoeducación sobre las emociones y la necesidad de la validación emocional.

En resumidas trabajando su autoestima.

Nuestras emociones son nuestra identidad ¿Cómo validarlas?

¿Qué somos? Es una pregunta trascendental y, a menudo, frecuente cuando nos encontramos en situaciones específicas.

Cuando no sabemos qué decidir, cuando nos enfrentamos a una ruptura amorosa o cuando tenemos que decidir qué trabajo escoger.

Nuestras emociones nos definen

Saber identificar, regular y gestionar nuestras emociones es una asignatura pendiente en la educación.

La importancia de esta habilidad es tan elevada que de ella dependerá, no solo nuestra salud mental, sino también la de los que formen una vida con nosotros.

Pensemos que las emociones son una moneda doble cara: por un lado tienen energía, por otro lado tienen uno o varios mensajes.

Estas dos caras son igual de importantes y una buena regulación emocional pasa por alinearlas para que se pongan al servicio de nuestros intereses.

La tristeza nos suele pedir que reflexionemos y nos da un tipo de energía que invita a la pausa.

El enfado con frecuencia dicta que alguien ha pisado nuestros derechos, y nos proporciona una energía para que pongamos los medio para que esto no vuelva a pasar.

Ahora, somos nosotros los que decidimos qué hacer con ese mensaje, qué sentido darle.

También somos nosotros quienes podemos regular la liberación de esa energía.

Somos nosotros, los responsables de nuestras emociones.

El problema es que, de pequeños, no nos enseñan qué hacer con ellas -más allá de esconderlas o contenerlas-.

Las emociones que experimentamos, dependiendo de los estímulos externos, son responsabilidad nuestra, hecho que no es fácil de aceptar, ya que la tendencia a culpar a los demás sobre nuestra ira, nuestra tristeza o nuestra melancolía, es común.

Es por esa razón, que la forma en la que se transforme la ira en tristeza o el miedo en alegría, definirá nuestra forma de afrontar los retos diarios y los problemas más abismales. Nos definirá a nosotros.

¿Qué tienen en común todas estas situaciones? Que en todas juegan las emociones.

Así pues, de forma muy directa, la identidad y nuestro mundo emocional están relacionados.

A menudo, la confusión sobre lo que sentimos extiende la duda a otras cuestiones importantes, como nuestra capacidad de control; un control que, por otro lado, podemos intentar recuperar influyendo o condicionando a los demás.

De esta manera, pretendemos espantar nuestras dudas, comprobando que tenemos la capacidad de ascender sobre los demás y, por lo tanto, de influir en el devenir de los acontecimientos.

Validar las emociones: construyendo nuestra identidad

La validación emocional es aceptar y dar por válido lo que estamos sintiendo o lo que piensa otra persona, estemos o no de acuerdo con aquella emoción.

Así, podemos validar nuestras emociones y también las de los demás.

A nivel teórico puede parecer un acto sencillo; sin embargo, validar las emociones está en proceso de extinción.

Quejas comunes como “no me escucha”, “no me entiende”, “no me comprende” mientras la otra persona niega atónita tales afirmaciones, ya que considera “que sí que comprende” “sí que escucha” y “sí que entiende”, en muchos casos, son consecuencia de la falta de validación.

La posibilidad de que se produzca una validación emocional se evapora ante la necesidad de juzgar, opinar o defendernos ante una emoción que desconocemos.

En ocasiones, sin intención de invalidar a la otra persona, usamos respuestas, comunicación no verbal o justificaciones que son un obstáculo para la construcción de puentes empáticos. Una empatía propicia para las raíces de la propia comprensión.

Las personas que no se sienten escuchadas, puede que tengan al público más atento, pero nadie estará validando sus emociones.

¿Qué sucede cuando no validamos emocionalmente?

Lo que sucede cuando no validamos emocionalmente, es parecido a lo que pasa cuando no expresamos emociones o las negamos.

Como si fuésemos ollas a presión, vamos acumulando emociones poco ordenadas hasta que un día salen en forma de falta de autocontrol.

Al validar las emociones con nosotros, con nuestros hijos, con nuestra pareja, con nuestros familiares, con nuestros compañeros de trabajo, les acompañamos y estamos presentes en su malestar, les hacemos sentir seguros, protegidos, contenidos, cuidados, respetados y queridos.

La validación emocional permite, sin juicio, aceptar lo que nos pasa  a nosotros y  le pasa al otro y dejarle cambiar las emociones negativas por emociones positivas.

El arte de saber validar las emociones

Existen algunos puntos que nos pueden ayudar a la hora de hacer una validación emocional:

Escucha activa o atención plena.

Posición corporal acogedora y empática.

Normalizar las emociones.

Evitar dar soluciones a las emociones.

Evitar justificarse o defenderse de ellas.

Evadirlas con humor.

Mantener la mente abierta sin juzgar.

Validar las emociones es todo un arte digno de aprender para mejorar la humanidad y la empatía dentro de las relaciones humanas,

Para ayudar a que los más jóvenes crezcan sin sentir terror hacia el mundo emocional, y así podamos nombrar las emociones sin que sean territorio inexplorado.

Entre todos, hagamos que “lo de ponerse en la piel del otro” un resultado mucho más humano, cercano y generoso.

La empatía es una habilidad y destreza que hay que trabajar. Conseguirla nos evitaría incomprensiones y conclusiones erróneas que provoca daño propio o ajeno.

Cómo se trabaja? Los mejores ejercicios que podemos hacer y que produce grandes mejoras en nuestra vida, son aquellos que dijo Alfred Adler:

1. Mira con los ojos de otro

2. Escucha con los oídos de otro.

3. Siente con el corazón de otro.

Entonces lo entenderás todo.

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