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Aconsejólogos

Aconsejólogos,

Debemos diferenciar a las personas que dan consejos sin pedirlos y las personas que dan consejo cuando se les solicita.

En terapia y en mi facebook digo..

”A veces no necesitamos consejos, a veces solo necesitamos a alguien que nos escuche sin juzgarnos”

En el libro “Los hombres son de Marte Las mujeres son de Venus  de John Gray

Nos narra que cuando una mujer le cuenta a su pareja algo, no siempre es para esperar que el hombre, que de por si se considera el solucionador, le busque solución o intente buscarle solución, en muchas ocasiones, lo que realmente desea es ser escuchada sin minimizar su problema ni sentirse juzgada.

Personas que dan consejos no solicitados

Los consejos no solicitados son el pan nuestro de cada día.

Están por doquier. Nos persiguen en la vida cotidiana y en Internet.

Siempre hay “aconsejólogos” dispuestos a “regalarnos” su sabiduría, personas que dan consejos sin pedirlos hasta el punto de llegar a ser verdaderamente invasivas o incluso ofensivas.

Personas que te dicen como tienes que vivir, que tienes que comer

“¿Por qué todo el mundo me dice lo que tengo que hacer?”,

Se pregunta la protagonista de la novela “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll para después proseguir: “¡No!, este es mi sueño y yo decidiré como continúa”.

Si te sientes identificado con Alicia… ¡Bienvenido al club!

No eres el único.

En los últimos tiempos, sobre todo con la proliferación de las redes sociales, opinionistas varios y gurús, parece como si todo el mundo se atribuyera la potestad de decirte lo que tienes que hacer y, obviamente, lo que está absolutamente prohibido.

En la mayoría de los casos esas intromisiones no son más que consejos bien intencionados, pero se basan en la idea errónea de que lo que es bueno para una persona, quizá no

lo será para otra.

La gente que te dice continuamente lo que debes hacer asume que tiene unos conocimientos o competencias que te faltan – pero que necesitas urgentemente para encarrilar tu vida. 

¿Por qué lo hacen?

Más allá de esas personas dispuestas a meter las narices en tu vida y teledirigirla – que siempre ha habido y siempre habrá – en los últimos tiempos la gran mayoría parece aquejada del efecto Dunning-Kruger. O sea, opinan de todo sin tener ni idea.

Creen que con leer un par de libros de autoayuda son psicólogos o que consultar algunos artículos de Medicina los convierte en doctores.

Esa percepción las empuja a pensar que saben más que tú y, por ende, que están capacitadas para decirte lo que tienes que hacer.

De pedir consejo a recibir consejos no solicitados

En la vida cotidiana tenemos que tomar decisiones constantemente, desde las más pequeñas hasta aquellas vitales.

Afortunadamente, podemos recurrir a otras personas en busca de consejos.

Podemos preguntarle a un asesor financiero cómo invertir nuestros ahorros o pedirle al camarero que nos aconseje un postre.

También podemos pedir consejos a nuestros amigos sobre un problema en el trabajo o un conflicto en la pareja.

Sin embargo, a veces esos consejos nos llueven del cielo.

Entonces dejan de ser de ayuda y se convierten en una intromisión en nuestra intimidad.

De cierta forma, el aconsejólogo invade nuestro espacio emocional al arrojarse el derecho de traspasar un límite psicológico.

De hecho, aunque los consejos no sean más que opiniones subjetivas que se transmiten a alguien con la intención de ayudarles a orientar su conducta,

en el fondo también pueden ser percibidos como un juicio negativo pues indican que esa persona cree que no somos capaces de encontrar una solución o resolver el problema solos.

A veces, es cierto. No siempre podemos navegar solos por las complejidades de la vida. Pero otras veces es simplemente una suposición errónea.

Ni siquiera los terapeutas escapan a esta realidad.

Un estudio desarrollado en la Universidad de Maryland descubrió que cuando los terapeutas brindan consejos no solicitados, la colaboración y receptividad del paciente disminuye inmediatamente después.

Para mí es mejor decir sugerencia a no ser que te pidan un consejo.

También reveló que las personas que dan consejos sin pedirlos suelen tener un estilo de apego ansioso, lo cual significa que suelen ser híper sensibles emocionalmente, se angustian en exceso y a menudo dramatizan las situaciones.

Quien da consejos quiere ser útil. Y muchos de nosotros (yo incluido) a menudo ofrecemos orientación y sugerencias con la intención de ayudar.

Sin embargo, la línea entre ayudar y entrometerse suele ser muy sutil.

Dar consejos no solicitados repetidamente puede terminar generando problemas en la relación.

Pueden ser percibidos como una falta de respeto e incluso pueden transmitir un aire de superioridad pues asumimos que sabemos lo que es mejor para esa persona.

Por esa razón, a menudo los consejos no solicitados se perciben más como una crítica que como una ayuda.

De hecho, incluso pueden socavar la capacidad de las personas para descubrir qué es lo mejor para ellas mismas y resolver los problemas activando sus recursos.

Dar consejos no solicitados también puede ser una experiencia muy frustrante para quien los da.

Cuando nuestro consejo no es aceptado o apreciado, a menudo nos sentimos molestos, heridos o resentidos, por lo que termina siendo frustrante intentar “ayudar” al otro sin ver los frutos.

Hay un dicho también en terapia que dice que no podemos ayudar a quien no quiere ser ayudado

Por consiguiente, la próxima vez que nos brinden un consejo no solicitado, es conveniente que recordemos que probablemente esa persona solo intenta ayudarnos.

En vez de reaccionar poniéndonos a la defensiva, es mejor agradecerle su preocupación y poner un límite dejando las cosas claras:

“gracias por tu consejo, pero es un tema muy personal” o “te agradezco tu preocupación, pero no necesito un consejo”.

Por otra parte, antes de atrevernos a dar un consejo, debemos asegurarnos de haber entendido bien lo que esa persona necesita.

Quizá solo necesite a alguien que la escuche. O un oído atento y un hombro comprensivo.

Quizá tan solo necesite hacer catarsis para alcanzar un poco de claridad mental…

Por consiguiente, antes de precipitarnos a “solucionar” los problemas de alguien, deberíamos preguntarnos:

¿Por qué quiero dar un consejo en este preciso momento?

¿Sería empático y respetuoso?

¿Qué otra cosa puedo hacer que sea más útil?

¿Hay alguien más calificado que pueda ayudarle?

¿Tiene los recursos psicológicos necesarios para solucionar el problema solo/a?

Por supuesto, como muchas cosas en la vida, es más fácil decirlo que hacerlo, pero plantearnos esas preguntas antes de brindar un consejo no deseado podrá evitarnos muchos malentendidos y frustraciones.

“Consejos vendo, que para mi no tengo”

¿Qué hacer si alguien nos pide consejo?

Si una persona realmente nos pide consejo, es importante no sentirnos presionados y salir del paso con la primera frase hecha que acuda a nuestra mente

Intenta ponerte en su lugar y comprender por lo que está pasando.

No asumas que lo que fue útil para ti también lo será para los demás.

No pienses que la manera en que resolverías el problema también funcionará para los demás.

En vez de dar consejos tajantes, es mejor prestar un oído empático e intentar empoderar al otro.

En vez de aconsejar, puedes preguntar: ¿qué crees que puedes hacer?

De esta forma no supondrás lo que es mejor para ella/él y al mismo tiempo le ayudarás a buscar una solución que encaje realmente con su personalidad y se adapte a su situación.

A fin de cuentas, no podemos suponer que nuestras experiencias son válidas para los demás o que nuestra perspectiva es la correcta y única posible.

No des tantos consejos, ¡solo escucha!

Cuando alguien acude a nosotros preocupado o angustiado, nuestro primer impulso es brindarle un consejo – o varios.

Nos ponemos el sombrero de “solucionador” y a menudo incluso nos enfadamos cuando esa persona no aplica lo que le hemos sugerido.

Sin embargo, lo cierto es que en la inmensa mayoría de los casos, la gente no busca consejos sino tan solo comprensión.

No necesitan que les digan lo que deben hacer, sino tan solo ser escuchadas.

La frustración, una vía de doble sentido

Cuando una persona se siente molesta por algo, es normal que busque apoyo emocional en quienes la rodean.

Si nos precipitamos a brindar soluciones, es posible que no estemos fallando en nuestra tarea principal: la validación emocional.

Cuando no escuchamos, sino que brindamos soluciones, la persona que busca apoyo se siente frustrada porque no ha encontrado la comprensión que esperaba.

Al mismo tiempo, quien brinda apoyo también se siente frustrada porque no comprende por qué el otro no sigue sus consejos para arreglar las cosas.

Por supuesto, todos sabemos lo frustrante que puede ser ver una solución obvia para un problema, querer ayudar a alguien a solucionarlo y que no siga nuestro consejo.

Pero también sabemos lo desagradable que puede ser que alguien no nos escuche y no valide ese malestar, que no se tome un minuto para ponerse en nuestro lugar e intentar entender la encrucijada en la que nos encontramos.

El difícil arte de ponerse en el lugar del otro

Las personas pueden arrastrar durante mucho tiempo conflictos latentes; o sea, caminar con una piedrecilla dentro del zapato.

La piedrecilla molesta, pero quizá no tanto como para detenerse a sacarla o simplemente no existen las condiciones adecuadas para hacerlo.

Tal es el caso, por ejemplo, de una persona a la que no le gustan muchos aspectos de su trabajo, pero no quiere abandonarlo porque tiene un buen sueldo.

O quien mantiene una relación familiar compleja porque no quiere cortar completamente los lazos.

En la vida, pocas cosas son blancas o negras.

Y muchas veces, situaciones aparentemente negativas por las que nos quejamos, también generan una especie de “ganancia secundaria”.

En esos casos, lo que buscamos en el otro es un oído atento y comprensivo que nos ayude a seguir lidiando con esa situación de la mejor manera posible.

Tal vez no damos el paso porque no estamos preparados o simplemente porque no queremos ya que los beneficios siguen siendo mayores que las pérdidas.

Todos necesitamos ese tipo de apoyo emocional de vez en cuando.

Y encontrar a alguien que nos dice simplemente que debemos abandonar el trabajo o cortar los lazos no nos ayuda.

Por supuesto, esos consejos prácticos no están mal, sencillamente no son los más adecuados para ese momento.

Por ese motivo, la clave para ayudar de verdad a veces radica en ser lo suficientemente sensibles como para dilucidar cuándo solo es necesario escuchar y cuándo puede ser útil brindar un consejo.

Las 3 claves para ayudar – de verdad

En un mundo lleno de ruido y opiniones que van y vienen, el simple acto de escuchar se ha convertido en algo extraordinario.

Escuchar de verdad, conectando emocionalmente con la persona que tenemos delante, es un arte subestimado, pero poderoso.

La escucha reflexiva puede ser más eficaz que un buen consejo.

1. Reconocer que existen diferentes peticiones de apoyo

El hecho de que alguien tenga un “problema”, no significa que no merezca la oportunidad de expresar sus sentimientos y recibir validación.

Quizá la solución sea sacarse esa piedrecilla del zapato, pero es probable que aún no esté lista y en ese momento solo necesita que le escuchen.

Quizá esa escucha atenta sea mucho más transformadora que un consejo no solicitado ya que poder hablar con alguien sobre lo que le preocupa le ayudará a poner orden mental e irse preparando psicológicamente para tomar una decisión.

2. No seguir repitiendo consejos que caen en saco roto

A veces podemos convertirnos en un disco rayado, algo común en las relaciones cercanas.

Generalmente creemos que si repetimos algo lo suficiente, al final el otro terminará cediendo. No siempre es así.

De hecho, a veces incluso podemos generar una resistencia.

Por tanto, si sabemos que una persona solo necesita apoyo emocional, es inútil que sigamos brindándole únicamente consejos prácticos.

Esa persona no se sentirá escuchada y nosotros terminaremos frustrados.

3. Preguntar qué necesita

Muchas veces damos por sentado que quien acude a nosotros es incapaz de resolver el problema. No siempre es así.

Por tanto, ante la incertidumbre, lo mejor es preguntar. Una pregunta tan sencilla como…

 “¿te apetece simplemente hablar o quieres que te dé algún consejo” servirá para despejar las dudas y sintonizar con las necesidades emocionales del otro.

En cualquier caso, debemos recordar que un consejo es tan solo una posible solución. La persona no está obligada a seguirlo.

Debemos recordar que, como norma, cuando alguien acude a nosotros es porque se siente vulnerable emocionalmente.

En esa situación, lo primero que necesita es sentirse protegida, escuchada y comprendida.

Una vez que hayamos establecido esa conexión y satisfecho sus necesidades emocionales, se puede pasar – con tacto y sensibilidad – a la búsqueda de soluciones, intentando siempre ponerse en el lugar del otro.

¿Por qué a todo el mundo le iría bien ir a terapia de vez en cuando?

La terapia es una buena herramienta para poder abordar nuestros problemas desde otro punto de vista.

Los amigos nos pueden dar consejos, pero muchas veces no son suficientes o no son exactamente lo que necesitamos.

Es entonces cuando los psicólogos entramos en escena.

La sociedad está empezando a asumir que a terapia no solamente van los locos, sino que cada vez más personas se animan a buscar en la terapia una aportación que no son capaces de encontrar en otro lugar.

Para pedir ayuda a un profesional de la psicología no es necesario estar loco ni mal de la cabeza.

Al revés, ahora es muy común que vayamos a terapia incluso para mejorar y conocer mejor nuestro interior.

La terapia se ha convertido para muchos en un espacio donde explorar sus luces y sombras y aprender de ellas.

No se trata de recibir consejos de alguien que no te conozca, sino de aprender a ver tus problemas desde otra perspectiva.

Conceptos equivocados sobre la terapia

Muchas personas todavía siguen pensando que en terapia todo el mundo se recuesta en un diván mientras procede a rebuscar traumas en su infancia que puedan explicar cómo se siente ahora.

Otras piensan que el terapeuta es una persona que va a resolver los conflictos del paciente o cliente sin que este tenga que hacer ningún tipo de esfuerzo.

También están las personas que piensan todo lo contrario, que el terapeuta es un agente pasivo en la terapia que se limita a escuchar.

Estas ideas representan conceptos equivocados sobre cómo se trabaja en consulta en la actualidad.

La psicoterapia del diván se enmarca dentro del psicoanálisis, y no todos los psicoanalistas utilizan actualmente un diván.

En este sentido podríamos decir, especialmente en Europa, que la evolución de la psicología ha desterrado a los divanes de las consultas hasta convertirlos en la excepción y no en la regla.

Los psicólogos no van a facilitarte respuestas, sino que van a ayudarte a que tú las encuentres, incluso algunos te dejarán preguntas que quizás nunca te habías planteado y que pueden ser (o no) relevantes para el problema que les planteas.

Además, dependiendo de la situación, te propondrán una serie de ejercicios que pueden ayudarte con dicha tarea.

El mundo de la psicoterapia ha evolucionado mucho y podemos encontrar corrientes como la terapia cognitivo-conductual, o las terapias de tercera generación (Terapia transpersonal, humanista, terapia sistémica, Mindfulness etc.) que utilizan el cara a cara.

¿Por qué es bueno ir a terapia de vez en cuando?

La terapia no está exclusivamente reservada para aquellas personas que tienen trastornos mentales.

Es un buen recurso para todo el mundo, porque no somos invencibles, y a veces necesitamos puntos de vista externos que enriquezcan el propio.

Tampoco somos perfectos, por tanto, es probable que caigamos en errores que sea bueno revisar para no volver a repetir.

Y para terminar una frase de Thomas Szasz-

«A menudo las personas dicen que aún no se han encontrado a sí mismas.

Pero el sí mismo no es algo que uno encuentra, sino algo que uno crea”.

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