Cuento sano
Hace muchos, muchos años, todas las personas estaban
fuertes y sanas. Hacían comidas muy variadas, y les encantaban la fruta, las
verduras y el pescado; diariamente hacían ejercicio y disfrutaban de lo lindo
saltando y jugando. La tierra era el lugar más sano que se podía imaginar,
y se notaba en la vida de la gente y de los niños, que estaban llenas de
alegría y buen humor. Todo aquello enfadaba terriblemente a las brujas negras,
quienes sólo pensaban en hacer el mal y fastidiar a todo el mundo.
La peor de todas las brujas, la malvada Caramala, tuvo las más terrible de las
ideas: entre todas unirían sus poderes para inventar una poción que quitase las
ganas de vivir tan alegremente. Todas las brujas se juntaron en el bosque de
los pantanos y colaboraron para hacer aquel maligno hechizo. Y era tan
poderoso y necesitaban tanta energía para hacerlo, que cuando una de las brujas
se equivocó en una sola palabra, hubo una explosión tan grande que hizo
desaparecer el bosque entero.
La explosión convirtió a todas aquellas malignas brujas en
seres tan pequeñitos y minúsculos como un microbio, dejándolas atrapadas en el
líquido verde de un pequeño frasco de cristal que quedó perdido entre los
pantanos. Allí estuvieron encerradas durante cientos de años, hasta que un
niño encontró el frasco con la poción, y creyendo que se trataba de un
refresco, se la bebió entera. Las microscópicas y malvadas brujas
aprovecharon la ocasión y aunque eran tan pequeñas que no podían hacer ningún
daño, pronto aprendieron a cambiar los gustos del niño para perjudicarle. En
pocos días, sus pellizquitos en la lengua y la boca consiguieron que el niño ya
no quisiera comer las ricas verduras, la fruta o el pescado; y que sólo
sintiera ganas de comer helados, pizzas, hamburguesas y golosinas. Y los
mordisquitos en todo el cuerpo consiguieron que dejara de parecerle
divertidísimo correr y jugar con los amigos por el campo y sólo sintiera que
todas aquellas cosas le cansaban, así que prefería quedarse en casa sentado o
tumbado.
Así su vida se fue haciendo más aburrida, comenzó a sentirse enfermo, y poco
después ya no tenía ilusión por nada; ¡la maligna poción había funcionado!. Y
lo pero de todo, las brujas aprendieron a saltar de una persona a otra,
como los virus, y consiguieron que el malvado efecto de la poción se
convirtiera en la más contagiosa de las enfermedades, la de la mala vida.
Tuvo que pasar algún tiempo para que el doctor Sanis
Saludakis, ayudado de su microscopio, descubriera las brujitas que causaban la
enfermedad. No hubo vacuna ni jarabe que pudiera acabar con ellas, pero el buen
doctor descubrió que las brujitas no soportaban la alegría y el buen
humor, y que precisamente la mejor cura era esforzarse en tener una vida
muy sana, alegre y feliz. En una persona sana, las brujas aprovechaban
cualquier estornudo para huir a toda velocidad.
Desde entonces, sus mejores recetas no eran pastillas ni inyecciones, sino
un poquitín de esfuerzo para comer verduras, frutas y pescados, y para hacer un
poco de ejercicio. Y cuantos pasaban por su consulta y le hacían caso,
terminaban curándose totalmente de la enfermedad de la mala vida.
Desconozco su autor pero que bien si en vez de inventar vacunas de cuentos existieran más doctores Sanis Saludakis